El flaco se comía las uñas,
otro mordía el cuello de su remera, el viejo ya no tenía su gorrito de
cábala puesto, lo apretaba entre sus manos como si aquella presión pudiera
torcer la historia. Es que la mano venía difícil, había sido una semana de esas
que son tan largas que parecen cortas, pasó de todo y ahí habían estado ellos,
poniendo el grito en el cielo cuando se sintieron tocados, es que es así macho,
está la vieja y después estos colores.
Pero el destino o la suerte o vaya a saber que, parecían
estar empecinados en hacerles la vida imposible, si además de todo eso el tipo
de camiseta verde les metía un cachetazo en frío y otra vez el sufrimiento,
como si esas heridas recientes se volvieran abrir.
Sentarse! Gritaba un tío en la sucre, que se van a sentar!
con todo lo que arrastran estos muchachos, aparte el partido se iba, se
desangraba, mientras ya se hacían la
cabeza con el partidito que viene, y nadie miraba la hora pero todos sabían que en cualquier momento el del
pito alzaba los brazos y se volvían masticando bronca, esa del mismo sabor de
la del partido con Banfield. Pero eso tiene Instituto, esa mezcla perfecta
entre la alegría y el sufrimiento que te hace amar tanto estos colores,
apareció Pablito, así como en el barrio pegándole con lo que sea, cómo sea.
Desahogo. Y el flaco, y el otro, y el viejo, y vos abrazados como ellos,
abrazado a tu club, por lo que paso, por lo que viene. Abrazado a la Gloria.